lunes, 19 de enero de 2009

INTRODUCCIÓN PARA UN ANÁLISIS DE LOS MOVIMIENTOS FASCISTAS

Tradicionalmente se viene analizando primero el concepto de Fascismo y luego sus representaciones concretas, los movimientos fascistas. Pero este procedimiento tiene el defecto de diferenciar, apriorísticamente y sin base empírica, una serie de manifestaciones históricas que se desarrollaron en el periodo de Entreguerras de otras, estableciendo una oposición de índole maniqueista que en realidad hunde sus raíces en la justificación de los vencedores de la II Guerra Mundial y en un intento por descargar todas las responsabilidades sobre los líderes políticos vencidos. Esa visión sesgada opone frontalmente el capitalismo "constitucional-parlamentario" al fascismo, cuando tanto el fascismo italiano como el nazismo tomaron el poder por la vía constitucional-parlamentaria.

Por el contrario, prescindiendo de cualquier visión idealista y a-histórica, es preciso hablar de movimientos y prácticas fascistas, muy distintos unos de otros pues reflejaban las bases nacionales de los países donde se desarrollaron, que estarían apoyados por una ideología fascista (esa ideología sería lo que corrientemente se confunde con fascismo). De ahí que haya que analizar unos procesos históricos concretos, no estableciendo un esquema teórico que "tiene que cumplirse", sino partiendo de la realidad europea tras la I Guerra Mundial, de las circunstancias concretas en que cada sociedad se hallaba, de las opciones que se plantearon y de las que cada grupo social e individuo pudo y quiso elegir. Así el Fascismo se concebirá no como un concepto inmutable sino como una noción flexible, que se va generando en la propia dialéctica de la investigación histórica.

Evidentemente, los procesos italiano y alemán (referentes obligados del movimiento fascista) tendrán muchos puntos en común. Pero también sustanciales diferencias. Y no nos engañemos. Esas similitudes y diferencias también se podrán establecer con respecto a otros países en los que se niega la existencia del fascismo o se le relega a la figura de movimiento minoritario e intrascendente. Pues, si se analiza la realidad tanto de esos países como de Italia y Alemania, así como las relaciones que entre ellos se establecieron, se comprenderán los nexos políticos, económico-sociales e ideológicos que unen a los movimientos fascistas con los sistemas capitalistas. Por tanto, el fascismo italiano y el nazismo (así como los restantes movimientos fascistas o filofascistas) habrán de considerarse a la luz de su vinculación con el capitalismo, de la crisis existencial de las sociedades capitalistas por las propias contradicciones que encerraban y por la posible respuesta revolucionaria que a esa crisis podía dar el movimiento obrero. Y sólo así, desde el análisis de las circunstancias reales y prescindiendo de toda falsedad ideológica, podremos también comprender el resurgimiento de los movimientos y las prácticas fascistas en nuestra época.

SITUACION TRAS LA I GUERRA MUNDIAL

Cuando concluyó el enfrentamiento bélico, la crisis en la que estaban inmersas las sociedades capitalistas no había sido resuelta. De hecho, los conflictos (tanto entre las diferentes clases sociales como al interior de la clase dominante) seguían vigentes, en las potencias vencedoras, en las vencidas, y en las “neutrales”, pues las tendencias monopolistas de las oligarquías seguían extendiéndose. Y la rivalidad imperialista tampoco se había solucionado. La consolidación de las oligarquías capitalistas implicaba un proceso de bipolarización social en el que importantes contingentes de la pequeña y la mediana burguesía se proletarizaban. Dicho proceso se comprueba en la concentración industrial y comercial y en la fundación de empresas cada vez mayores, lo que llevaba aparejado el empobrecimiento de las empresas más débiles y de sus propietarios, incapaces de mantener una competitividad tan desigual.

A esa situación se unía la toma de conciencia de la clase obrera, que cada vez con más fuerza demandaba una mayor igualdad y derechos políticos. En Rusia, ese movimiento obrero se había lanzado incluso a una revolución que promovía la transformación radical de la sociedad y el establecimiento del socialismo. Y el ejemplo de la U.R.S.S. alentaba y servía como punto de referencia al resto del proletariado internacional, y atemorizaba a la burguesía.

Por tanto, la pequeña y mediana burguesía se veía amenazada en sus intereses tanto por los grandes capitalistas como por el proletariado, por lo que se mostraba receptiva a cualquier oferta que garantizase sus posiciones. Y es ahí donde adquieren sentido los movimientos fascistas, como forma de sacar a flote al capitalismo en crisis basándose en una nueva organización estatal totalitaria, negando la retórica del laissez faire en lo económico, pero retomando sus postulados más radicales en otros campos (el darwinismo social y el racismo, y la justificación y exaltación de la violencia, algo lógico tras la guerra), y planteando el ultranacionalismo y la subordinación ciega al líder (duce, führer, caudillo, ...) como remedio de todos los males. Y, sobre todo, los movimientos fascistas se caracterizarán por propugnar una “ilusión” de marcado corte irracionalista: la eliminación de todo conflicto clasista sin transformar las relaciones sociales de producción. De este modo conjugan las aspiraciones pequeño-burguesas de defensa de la propiedad privada y las tradiciones, con una verborrea demagógica anticapitalista dirigida a negar la necesidad de una revolución para que el proletariado se libere de la explotación. No obstante, para lograr su puesta en práctica, necesitarán del beneplácito y la financiación de aquellas oligarquías, que optaron por ellos como instrumento eficaz para poner freno a cualquier intento de subversión del orden socioeconómico establecido.

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